A Rosalba Flores siempre le han atraído los retos. Por eso, cuando en 1991 vio un anuncio en el periódico donde solicitaban conductoras para los autobuses de Metro, no dudó ni un instante en pedir el trabajo.
“Yo nunca había manejado un autobús, pero cumplía con todos los requisitos: licencia de conducir, buen récord de manejo, bilingüe y facilidad para tener trato con el público”, recuerda Rosalba, quien es originaria del estado mexicano de Durango.
En ese entonces, Rosalba trabajaba como asistente de maestra, pero tenía tres hijos adolescentes que pronto iban a ir a la Universidad y necesitaba ganar más. “El trabajo me llamó la atención por el salario y los beneficios”, dice. Sin embargo, cuando le comentó a su esposo y al resto de sus familiares sus planes de trabajar detrás del volante de un autobús, todos la desalentaron.
“Me dijeron que era un trabajo muy pesado, que no era para mí, que me iba a poner en riesgo y no sé cuántas cosas más. Pero todo eso, en lugar de desanimarme, me hizo que me aferrara más a la idea. Quise demostrarles a todos que sí podía porque me gustan los retos”, asegura con una sonrisa que le ilumina el rostro.
Han pasado casi 20 años de ese episodio y Rosalba -quien llegó a Estados Unidos cuando sólo tenía 13 años con sus tres hermanos y sus padres- no sólo aprendió a manejar autobuses sino también trenes . Hoy, además de conducirlos, también ayuda a entrenar a quienes desean incursionar en este campo.
Durante todo este tiempo, dice, nunca ha tenido problemas, sólo que uno que otro susto. “Lo más grave que me ha pasado fue hace dos años, cuando iba en la Línea Roja (Red Line) y, casi al llegar a la estación Hollywood/Highland, un pasajero corrió para alcanzar el tren. No sé exactamente cómo pasó, pero alcancé a ver que se cayó a las vías. El corazón me dio un vuelco y frené inmediatamente. Gracias a Dios, tal vez por la fuerza del viento con el paso del tren, el pasajero, que era un muchacho, cayó de las vías al hueco que está a los lados. Fue un milagro que no le pasara nada, solamente perdió un zapato”, dice con la voz aún temblorosa al recordar el incidente.
De carácter extremadamente sencillo y amable, no sorprende que Rosalba cuente que jamás ha tenido problemas con los pasajeros. “A todos los trato bien, mi objetivo es ayudarlos en todo lo que yo pueda, velar por su seguridad y hacer todo lo que esté a mi alcance para que lleguen a tiempo adonde van. A veces me pregutan cosas que no sé o están de malhumor, pero yo siempre los calmo con mi voz y con mi actitud tranquila”, explica.
Además de la satisfacción de poder servir a miles de usuarios que confían en ella para llegar a su destino, Rosalba asegura que el trabajo en Metro le permitió ayudar a su esposo a sacar adelante a sus tres hijos. “Todos tienen carrera, ya están casados y me han dado cinco nietos preciosos, así que por ese lado me siento muy agradecida y afortunada de tener este trabajo”, manifiesta.
Agrega que aun cuando ya podría pensar en el retiro, todavía no contempla esa posibilidad. “Mientras me sienta bien, con energía y ganas, voy a seguir trabajando porque me gusta mucho, no veo razón para jubilarme”, apunta Rosalba.
Sin embargo, en sus planes para el futuro ya se ha impuesto un nuevo reto: “Quisiera regresar a la escuela y terminar mi carrera de educadora. Ése era mi sueño porque siempre me gustaron mucho los niños y pienso que, cuando deje de trabajar en Metro, podría dedicarme a ser voluntaria en una escuela. Mientras se tenga vida, nunca es tarde para realizar los sueños”, concluye.
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