Con motivo del 75 aniversario de Union Station, Metro creó una publicación conmemorativa especial: “Union Station: 75 Years in the Heart of LA” (“Union Station: 75 años en el corazón de LA”), que contiene ocho ensayos escritos y cinco fotográficos de los autores John C. Arroyo, William D. Estrada, Stephen Fried, Rafer Guzman, David Kipen, Marisela Norte, D. J. Waldie y Alissa Walker. Todos serán publicados en The Source y El Pasajero. La serie fue editada por Linda Theung, editora y escritora que reside en Los Ángeles.
Una estación hecha de papel
Por David Kipen
“No había nada que hacer. El Super Chief estaba a tiempo, como casi siempre lo estaba, y el asunto era tan fácil como ver un canguro con saco en una cena. Ella no llevaba nada más que un libro de bolsillo que arrojó en el primer bote de basura que encontró”. —Raymond Chandler, Playback, 1958
La leyenda urbana haría que usted creyera que Union Station estaba literalmente construida de periódicos. Para ayudar a matar el eco, los arquitectos del edificio mezclaron los periódicos del día anterior con el azulejo acústico del salón de boletería.
En algún lugar de arriba, todas mezcladas, resuenan las temerarias voces de todos esos viejos tabloides y periódicos de gran formato de 1939. No sólo del alguna vez titánico Los Angeles Times, sino de otros como Los Angeles Daily News, Hollywood Citizen News, el periódico de Hearst, Los Angeles Examiner (tan invulnerable en su fortaleza bizantina en Twelfth Street y Broadway) y Los Angeles Evening Herald y Express— así como de todas las fusiones de periódicos que estaban por llegar.
Desde que se inauguró, los destinos de Union Station y de la prensa popular han estado entrelazados. El año que Union Station abrió sus puertas es el mismo año que Los Ángeles descubrió su propia literatura. Había habido libros de L.A. antes, incluso algunos buenos, pero nada que rivalizara con The Day of the Locust, de Nathanael West; Ask the Dust, de John Fante; Factories in the Field, de Carey McWilliams o After Many a Summer Dies the Swan, de Aldoux Huxley, todos publicados en 1939.
Incluso Johnny Got His Gun, de Dalton Trumbo, escrito pero no escenificado aquí, califica, si son capaces de leer la historia de un amputado cuádruple de guerra como una alegoría del guionista de Hollywood y de su trabajo. Por su redefinición como un género entero y su inagotable legado, no hay nada que se compare con el libro de Raymond Chandler, The Big Sleep y su detective privado, Philip Marlowe.
Puede haber una tendencia natural a considerar cada uno de estos libros como ocurre con las fechas de estreno de las películas, en un vacío. El año de 1939 se convierte sólo en un número después del título, en un glifo, que se nota ocasionalmente por su obstinada recurrencia en los anales culturales o, cuando mucho, como una coincidencia.
El haber vivido en el año 1939 en Los Ángeles debe haber sido algo de todo esto junto. The Wizard of Oz (dirigida—en su mayor parte—por Victor Fleming, y escrita por todos y su Tía Lillian) se estrenó en agosto. Gone with the Wind (también dirigida en su mayor parte por Fleming), Of Mice and Men, Destry Rides Again y The Hunchback of Notre Dame todos se estrenaron en el mes de diciembre.
Imagine decidir esta noche si ver la nueva película Civil War con Clark Gable o la otra, el musical, con esa linda niña de las películas de Andy Hardy. Todos esos filmes y libros superpuestos competían entre sí. Eran el tópico de las conversaciones y se anunciaban en los mismos periódicos que, a principios de mayo, llevaban en sus encabezados noticias sobre una nueva estación de transporte.
Obviamente, había muchas cosas que sucedían en 1939 más allá de las fotos de casas y de librerías. En agosto, el pacto entre Hitler-Stalin causó gran asombró en Boyle Heights. Ahí, una joven generación de judíos socialistas había empezado a darse cuenta de que el próximo Plan Quinquenal incluía cuotas no sólo para el trigo.
¿Cómo sería leer en 1939 Los Ángeles como un periódico o incluso como una novela? Para raspar de las paredes de Union Station todas las historias de ese año, no sólo sus incendios e inundaciones sino sus crímenes y soluciones, sus juicios y veredictos, sus historias tristes, las historias dentro de las historias, la bola entera de estambre. Para enfocarse en los doce meses, hacia delante y hacia atrás, hacia atrás y hacia delante, para reconocer, por ejemplo, que el día que Union Station se abrió al público coincidió con un eclipse de sol.
Los Ángeles de 1939 se vislumbra en relación con los años adyacentes como una mansión de estilo bungalow que ve por encima a sus vecinos más modestos. Uno no puede si no preguntarse si The Big Sleep se estrenó a principios del año, en febrero. ¿No se dio cuenta el crítico de libros de Los Angeles Times Paul Jordan-Smith, que no era nada ingenuo, que la ciudad estaba limpiando el piso de manera retroactiva con todas las otras ciudades al combinar su producción literaria durante varios años?
¿O qué tal Wilbur Needham, el vendedor de libros que, el 19 de febrero, en la página C6 del Times, reseñó The Big Sleep en tres párrafos diciendo “fuera Cains, James M. Cain”? ¿No tenían, él o su esposa, Ida, idea de que la ventana de su librería de “autores locales” podría requerir algún día de un guardia armado para una subasta?
Setenta y cinco días después, Needham Book Finders todavía existe, aunque se ha trasladado de las zonas más caras a las rentas más económicas de Valencia. Uno podría esperar sus viejas facturas y ¿correspondencia?, tal vez una antigua transcripción de las reseñas de Wilbur haya podido sobrevivir a la mudanza.
Ella colgó y fue al estante de revistas, recogió la New Yorker, miró su reloj otra vez y se sentó a leer… Estaba leyendo su revista y jugando con el café y un caracol.—Ibid.
¿Chandler se dio cuenta que Philip Marlowe y Union Station eran contemporáneos? En su novela de 1958, Playback, él escenifica por completo el segundo capítulo de cinco páginas en la estación y sus alrededores. Es una descripción maravillosa y un libro subestimado, mucho mejor escrito de lo que algunos puristas de Chandler creen. Ellos prefieren el material inicial y critican Playback por sus orígenes como un guión de cine y por la baja opinión del autor sobre este trabajo. Pero la escena de la estación de tren en particular todavía crepita con los ritmos característicos de Chandler y con su talento.
El capítulo dos de Playback también ofrece un recorrido por Union Station que es inmejorable, hace que uno ponga sus pies a través a través de las enormes ventanas arqueadas del vestíbulo. El restaurante Fred Harvey, diseñado por Mary Colte, el sitio de taxis, y sobre todo, el puesto de periódicos figuran en el seguimiento que hace Marlowe a una misteriosa mujer que baja de un tren.
Un “caracol,” por cierto, es un pastel, usualmente danés. Más significativo resulta que, una New Yorker es una revista que se publicaba en Manhattan y que llegó a ser de rigor en las estantes de periódicos y en las mesas de centro en todo el país. El tratamiento de Chandler a la materia impresa en esta escena sugiere una gran cantidad de temas, empezando con el poco ceremonioso primer párrafo en el que ella arroja un libro de bolsillo que compró en el tren. ¿Podría ser esto una expresión de la ambivalencia de Chandler a los libros de bolsillo desechables que hicieron su nombre?
Tenía una edición de la mañana del periódico de la tarde y detrás de él la miré y le dí sentido a lo que tenía en mi cabeza. Nada de eso era un hecho sólido. Sólo me ayudó a pasar el tiempo.
—Ibid.
El tiempo pasa, por supuesto, aún sin la ayuda del detective Marlowe. Una vez que los encabezados dentro de los muros de la estación hablan, empiezan a gritar. Pero los gritos han cesado ahora. La guerra de trincheras de exclusivas y la lucha de la edición por una edición de tinta húmeda han cedido a las peleas aéreas que siguen a un ágil Fox. El distante techo de Union Station de Los Ángeles es una morgue de periódicos que está al revés.
Al menos desde 1939, los periódicos y el transporte de Los Ángeles han crecido y bajado en perfecta sincronía. Las fluctuaciones en la cantidad de pasajeros y lectores han seguido casi el mismo camino.
Si los angelinos hubieran redescubierto el viaje por tren hace tres décadas, la ciudad podría haber permanecido con dos periódicos. El Herald-Examiner se sostuvo mientras esperaba por un subterráneo que nunca llegó. Más significativo, si Los Angeles Times no hubiera reconocido pronto que los lectores potenciales no van solamente en auto, el nuevo L.A. Register se podría haber comido al Times en el desayuno. Y esta ciudad podía haber terminado después de todo como una ciudad con dos verdaderos periódicos después de todo.
Chandler nunca trabajó en periódicos, pero los leía con deleite, a menudo con veneno. Nunca trabajó muy duro hasta que encontró su voz en las pulposas páginas de Black Mask Magazine. Pero si Chandler hubiera construido una estación de tren, Union Station es la clase de estación de tren que hubiera construido.
Al igual que el mejor trabajo de Chandler, el diseño de Union Station de John Parkinson y de su hijo Donald hace una estructura clásica, moderna y una moderna, clásica. La arquitectura es de estilo Misión Moderno, una frase incompatible en estos días, como la “literatura de detección”, que difícilmente alguien en ese entonces consideraba literatura.
Desde la atractiva sombra de la torre de reloj estilo morisco en el pórtico hasta la última vista de las vías desde la Plataforma 14, Union Station es, como en la ficción de Raymond Chandler, una evasión que se eleva al nivel del arte. Es una melodía de jazz tocada en la campana de una misión, una pila bautismal llena de la ginebra de una bañera.
Y cuando Dios la vio, hace 75 años, guiñó un ojo.
David Kipen es el fundador de Libros Schmibros, una librería no lucrativa que presta libros y una librería en Boyle Heights. Kipen es crítico de libros para Los Angeles magazine, y fue director de Literatura de National Endowment for the Arts. Kipen ha trabajado como free lancer para National Public Radio, The New York Times, y ozy.com, donde es un colaborador.
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