Lidia Parra no sabría que hacer si no fuera por el transporte público. No hay día que no tome el autobús. De lunes a sábado lo usa para ir al trabajo, y el domingo para ir a pasear a lugares como la Plaza México.
A la señora Parra ya hasta la conocen algunos choferes de Metro. En punto de las 6:30 de la mañana llega a la parada de la línea 251, rumbo al sur de la ciudad para bajarse en el Bulevar Whittier. Ahí espera al autobús Metro Rapid 720 ó la línea 18 que la llevara hasta una clínica en Montebello, donde trabaja medio tiempo como empleada de limpieza.
“Así es como yo me muevo en esta ciudad. Me haría mucha falta si no hubiera autobuses”, platica.
Y eso lo sabe por experiencia propia. Vivió la huelga de choferes de autobuses del 2000 y no fue nada agradable pues no tenía como transportarse a su empleo.
“Fueron varios días que nos quedamos en el limbo. El hermano de una compañera de trabajo nos tenía que dar ‘ride’ y luego caminábamos mucho para la empresa donde laboraba. Apenas llegábamos a tiempo”, cuenta.
Enfatiza con mucho orgullo que nunca ha llegado tarde al trabajo. Tampoco se le ha pasado el camión debido a que se da su tiempo para salir de casa y estar puntual en la parada.
“Nunca se me hace tarde. Siempre salgo con tiempo por si no pasa el ‘bus’ o no se detiene porque va lleno. Otras veces tienen problemas mecánicos. Si salgo temprano de casa bien puedo esperar al siguiente camión sin problemas”.
Lidia Parra tiene 65 años, ya los estragos del tiempo se notan en su rostro, pero a ella no le pesan los años, siempre ha trabajado desde que llegó a Los Ángeles hace 29 años, desde entonces también depende del transporte público.
“Trabajé 11 años en una fábrica planchando y llevó 18 en la clínica”, comenta. Ya está retirada, pero el dinero que recibe del seguro social no es suficiente para mantenerse y tiene que trabajar. Lo hace por necesidad, pero también porque le gusta.
“Estuve enferma por tres días y me quedé en casa. Fue muy difícil porque me enfadé. Me hace falta salir y mientras pueda lo haré en autobús”, dice mientras espera el transporte en una parada de autobuses del Este de Los Ángeles.
Lidia Parra es una inmigrante de Colima, México. A diferencia de otros, ella inmigró a Estados Unidos para estar cerca de sus padres y hermanos. No se queja por la falta de oportunidades en el país del sur, pues siempre formó parte de la población económicamente activa.
“Yo trabajaba en el campo. En la cosecha de melón, limón y chile en un rancho muy grande”, recuerda. “Me vine porque mi mamá estaba aquí y poco a poco fui trayendo a mis 5 hijos y ya nos quedamos”, comenta y luego se despide al ver que llega el autobús que espera.
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