A Elizabeth Barba le gusta viajar en autobús. Todos los días usa el transporte público para ir a la escuela de inglés, al supermercado o al médico. Podría parecer cansado, pero a ella le agrada y hasta le entretiene. Dice que pasear en autobús es toda una aventura y a veces divertida.
Su ruta es la línea 18, que corre sobre el bulevar Whittier hasta llegar a Koreatown. En los últimos tres años ha sido su “salvación” pues es la única forma en la que puede trasladarse de un lugar a otro, sobre todo al Centro Comunitario, donde está aprendiendo inglés.
“Necesitaba pasar el examen de ciudadanía y comencé a tomar clases de inglés. Gracias a Dios pasé la prueba y ahora soy ciudadana americana”, dice con orgullo.
La señora sigue estudiando debido a que quiere dominar bien el idioma para poder comunicarse con sus médicos.
“Sobre todo con el doctor de los ojos. No me puedo comunicar bien en inglés y por eso estoy aprendiendo”, agrega.
Además de usar el camión de Metro como transporte, para Barba un viaje en el “bus” puede resultar divertido. De tan solo recordar algunas anécdotas, se le dibuja una sonrisa en los labios.
Cuenta que en una ocasión, el vehículo iba muy lleno y varias personas estaban de pie, cuando de pronto un carro se le atravesó al chofer, quien tuvo que frenar abruptamente.
“Casi me caigo, pero quedé medio sentada en las piernas del chofer”, recuerda soltando la carcajada. “Me dio pena porque el resto de los pasajeros estaban riéndose de la situación”.
Barba, enfermera de profesión, relata que en otra ocasión vio a una pareja de novios que mostraban su amor besándose en los labios.
“Le dije al chofer: ‘Por qué no les dice que se compren una cama? Aquí nomás nos están dando tentaciones’”, dice pícaramente agregando que el conductor “solamente movió la cabeza y sonrió”.
Hasta la fecha, Barba se ha encontrado con conductores muy amigables y atentos. Algunas veces le bajan el escalón un poco más para que no batalle al salir del autobús.
Como viaja muy temprano de mañana, le tocan los camiones que van repletos de estudiantes que van rumbo a la escuela. Le gusta ver a la juventud y le agrada que muchos no han perdido el gesto de cortesía.
“Los muchachos que van sentados se paran y me ceden el asiento. Eso me hace sentir bien y además joven”.
Sin embargo, también le han tocado experiencias que la han dejado con un mal sabor de boca. En una ocasión discutió con una persona de edad avanzada muy “peleonera” que se subió al autobús y para abrirse camino comenzó a pegarle con el bastón a toda las personas que estaban a su paso.
“Nos dio un montón de bastonazos en los pies hasta que le dijimos que tenía que detenerse. Me dejó las piernas bien moradas”.
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