
Foto: Marilú Meza
Zuleima García prácticamente es nueva en Metro. Tiene apenas un año residiendo en California. Su método para trasladarse por la ciudad es el sistema de transporte público, pero todavía no sabe bien cómo funciona y las opciones que tiene para pagar menos y aprovechar más los viajes.
“Cada vez que me subo al autobús pago $1.75 de ida y $1.75 de regreso y a veces me sale muy caro cuando tengo que transbordar a varios buses”, comenta la joven.
Hasta el momento de nuestra conversación, Zuleima desconocía que podía comprar un pase de un día por $ 7.00 o un pase para una semana de viajes ilimitados a $25.00.
“Siempre pago en efectivo. Sí sabía que hay una tarjeta que puedes comprar y cargar para subirte al tren, pero no sé dónde se compra ni cómo funciona. Creo que eso me saldría mejor que estar pagando $1.75 por cada vuelta”, comenta.
Sobre todo, ya que en algunas ocasiones se baja en la calle Alvarado a hacer algunos mandados y luego tiene que volver a pagar el pasaje en otro autobús para llegar a su trabajo.
García vive en el área de Wilshire Blvd. y Normandie Ave. y trabaja en el Este de la ciudad. Su jornada laboral comienza a las 2 de la tarde en un restaurante de comida mexicana, donde funge como cocinera.
“Salgo de mi casa a las 12:30 y hago de camino 45 minutos, pero a veces hago más tiempo cuando el autobús se arruina ya que tenemos que pasar a otro bus”, explica.
La línea de autobuses que utiliza es el Metro Rapid 720 que la lleva a su destino. Pero también usa el 66 y el 18 para ir a otros lados.
“El 720 me gusta mucho porque casi no hace paradas como los otros ‘buses’. Es mucho más rapidito, agrega.
Zuleima se especializa en la preparación de pupusas, ya sean de chicarrón con queso, frijol con queso o solo queso, pero también ha aprendido a cocinar comida poblana como las cemitas y huaraches.
“Aprendí hacer pupusas en El Salvador gracias a una amiga que tenía un negocio de comida. Un día le dije ‘yo quiero una pupusa’ y me dijo ‘pues haga la que se va a comer amiga’ y así fue como aprendí”, recuerda y suelta la carcajada.
Quien dijera que ahora de eso se gana la vida. La joven, de 24 años, es del Departamento de Morazán, El Salvador, y se vio obligada a inmigrar a Estados Unidos debido a que no hay trabajo en su país y el ambiente con las ‘maras’ (pandillas) es muy peligroso. Tiene una hija y al verse amenazada por la violencia, tomó la decisión de dejar su patria.
“Todo ha sido muy difícil. Sufrí mucho en el camino con mi hija”, platica mientras se le nublan los ojos.
De su país no quiere acordarse mucho, pero era usuaria del transporte público y no se compara con el de Los Ángeles.
“Ay no usted… allá los choferes son bien agresivos. Van bien rápido y arrancan antes de que uno se baje del vehículo. Uno casi se cae… oiga”, comenta.
Por el momento, entre sus planes está comenzar la escuela para aprender hablar inglés y de esa manera ayudar a su hija con sus tareas y también para poder superarse.
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