Los retos de un cuarentón arriba de una bicicleta, sin experiencia y en L.A.

Cuando me bajé de mi primer recorrido de 21 millas en bicicleta, mis piernas parecían dormidas, me dolían las asentaderas, no podía enderezar la espalda  y no pude caminar bien hasta un día después.  Fue una experiencia que no tuvo nada de religiosa, pero que me hizo recordar algunos pasajes de mi infancia y que ya no tengo 20 años.

Con el incremento y la fuerza que poco a poco va adquiriendo el movimiento ciclista en Los Ángeles, el fin de semana hice mi debut y, en lugar de agarrar mis llaves para encender mi auto, busqué el casco de mi hijo, sus lentes y su bicicleta.

Por un momento no pensé que lo lograría, ya que aunque soy un aficionado a todos los deportes, incluyendo el ciclismo, en realidad nunca lo he practicado, sólo de vez en cuando, pero más que nada por recreación y nunca más de cinco millas.

La distancia que tenía que recorrer eran 21 millas en total, de ida y de regreso, que generalmente recorro en 40 minutos en auto sin tráfico, viajando por la avenida Florence, donde a veces se puede manejar a 40 millas por hora.

Mis retos eran la distancia y la seguridad.   El primero,  porque no sabía si aguantaría por la falta de condición, porque no tengo una rutina para hacer ejercicio. Generalmente voy a correr 15 ó 20 minutos, un día o dos a la semana, pero de repente pasan dos o tres semanas y no me paro en un parque. Precisamente ayer  cumplía un mes desde la última vez que hice ejercicio.

El segundo reto, la seguridad, ya que aunque ya hay más personas en la calle manejando su bicicleta, los conductores en L. A. todavía manejan como si la avenida fuera toda de ellos. Algunos por inexperiencia y a otros porque no les importa la realidad es que todavía el conductor angelino pareciera no querer dar su brazo a torcer y cederle un espacio de avenida a la bicicleta.

Por otro lado, para manejar en una avenida donde los autos, camiones de pasajeros y de carga te pasan casi zumbando las orejas cuando vas manejando, por lo menos hay que tener la confianza, no la habilidad, pero si sentirse seguro de que nada va a pasar y puede uno maniobrar un poco en medio de los autos, ya que cualquier distracción, piedrita o aventón, pudiera ser fatal.

Lo único que no previne  fueron los perros que de repente te corretean, pero como viajaría en avenida rápida el 95% de mi recorrido, generalmente los animales no aparecen en esas avenidas.

Así, que con la mayoría de los pronósticos en contra, de todas formas decidí desafiar mi edad y habilidades ahora que acabo de cumplir 43 años. De lo emocionado que estaba subí a la bicicleta y empecé a pedalear. No hubo calentamiento previo o estiramiento, lo que incrementó las posibilidades de sufrir un calambre en alguna pierna, lo que terminaría con mi objetivo.

Al inicio, como tenía todas las energías del mundo, no tuve problema.  Las primeras calles sobre la Florence ni las vi, ya que  iba tan enfocado en mi meta que cuando me dí cuenta ya había pasado por lo menos dos millas.

Poco a poco fui redescubriendo la avenida por la que he viajado por 10 años en auto y que no había tenido oportunidad de observar: la cantidad y que tipo  de negocios, lugares, iglesias, tiendas, su gente, sabores  y aromas que son parte de la misma comunidad donde vivo.

Al pasar por las estaciones de autobús  o del Metro la gente sólo veía como pasaba. Eso sí, tenía que ir con mucho cuidado ya que un hoyo o borde mal tomado pudiera significar el piso, pero afortunadamente corrí con suerte.

Poco a poco fui ganando confianza y a la mitad de mi recorrido ya me sentía Raúl Alcalá (ciclista mexicano).  Sin embargo,  el cansancio iba haciendo estragos en mi rendimiento. Les juro que nunca antes me había sentido tan feliz de ver una luz amarilla o roja en el semáforo, aunque sea por unos minutos.

Una de las sensaciones más inolvidables fue como el viento generado por la velocidad que llevaba, me golpeaba el rostro, me hacía sentir un sentimiento de libertad  y acordarme de mi infancia.

Recuerdo que cuando niño me encantaba  viajar en las ventanillas de un auto con el vidrio abajo para sentir  en mi rostro el golpe del aire.  Obviamente, la velocidad era diferente, pero la sensación la misma y los recuerdos inolvidables.

Al llegar de regreso a mi casa dos horas y media después, las piernas ya no me respondían y posiblemente la última milla la recorrí en 20 minutos. Al bajarme de la bicicleta, las piernas parecían doblarse, pero en unos minutos pude caminar, aunque no en forma normal.

El dolor muscular me duró el resto de la tarde y el siguiente día, pero creo que valió la pena la experiencia, principalmente porque ahora podría decir que si lo pude lograr, no sé si lo volveré hacer, pero al menos y sin romper ningún récord pude decirle a mi hijo que logré mis primeras 21 millas en bicicleta a mis 43.